Te marchas de viaje. La ciudad que llevas tanto tiempo queriendo visitar te recibe en todo su severo esplendor. En la ciudad desconocida te levantas temprano, sales enseguida a la calle con tu guía y tu plano, buscas el famoso retablo de una iglesia, admiras los arcos del célebre puente, en el restaurante pides los platos típicos del lugar y el camarero te sirve de inmediato con orgullo patriótico. En aquella zona se produce un vino embriagador que no podrás encontrar en otra parte. Allí vivieron artistas renombrados que, prodigando su genio, hicieron que su ciudad natal rebosara obras maestras. Caminas entre vidrieras, pórticos y columnatas de nobleza y hermosura estudiadas en largos ensayos mundialmente famosos. A cualquier hora del día o de la noche las calles están llenas de muchachas y mujeres de ojos espléndidos y andares ligeros. En este lugar vive un pueblo orgulloso, valiente, consciente de su belleza e infinitamente sensual. Te sientes observado por cientos de miradas, que contemplan tu soledad con ternura o se burlan de ti con mansa soberbia, miradas seductoras que te envían mensajes, miradas femeninas de las que parecen surtir destellos minúsculos. Por la noche suena la música a orillas del río, se oyen canciones a la luz de coloreados farolillos de papel, el vino es dulce, las parejas bailan. En estos sitios de luz cálida y sonidos risueños también hay una mesa para ti, y una mujer de conversación agradable. Tú lo observas todo como un alumno aplicado, recorres la ciudad desde el alba con la guía en la mano, atento a cada detalle, animado por una diligencia escrupulosa, como si temieras pasar algo por alto. Tu percepción del tiempo ha cambiado por completo. Te despiertas siempre a la misma hora, parece que estás obligado a mantener un orden angustioso, como si alguien estuviera esperándote. Es evidente que se trata de eso, aunque tardes mucho tiempo en admitirlo: crees que detrás de ese orden tan rígido hay alguien que te espera. Y si eres muy diligente y atento, si te levantas temprano y te acuestas tarde, si pasas mucho tiempo entre la gente, si viajas aquí o allá, si entras en ciertos sitios, al final lograrás encontrar a esa persona que te espera. Naturalmente, sabes que tu esperanza es del todo infantil. Ya sólo puedes confiar en las infinitas posibilidades de la vida.