Uno piensa mucho en ellos (por regla aristotélica deben ser pocos: “aquel que tiene muchos amigos, no tiene ningún amigo”), los busca, los admira, se divierte a su lado, los extraña, incluso los cela, aguanta cierta unilateralidad (suele haberla), hasta que algo se disloca y el, la o los amigos se convierten en una obsesión y en una herida.