Tedi López Mills

Pero vuelvo a las definiciones: el poema es lo que se inventa para saber lo que no se sabe. ¿Y qué hay detrás de un poema? En el mejor de los casos otro poema y siempre un lector perfecto que se somete a una experiencia única: el reconocimiento de algo olvidado que conoció alguna vez. Lo cual es otra hipótesis, un eslabón para otra poética. Retomo entonces mi estribillo predilecto: la poesía es cada poema y cada poema es el principio. No hay conclusión.

Las imágenes son icónicas. En los congresos o ferias o festivales literarios algunos intelectuales establecen comunidades inmediatas que interactúan de encuentro en encuentro. Los que llegan tarde a esa inmediatez no necesariamente consiguen integrarse.

Uno piensa mucho en ellos (por regla aristotélica deben ser pocos: “aquel que tiene muchos amigos, no tiene ningún amigo”), los busca, los admira, se divierte a su lado, los extraña, incluso los cela, aguanta cierta unilateralidad (suele haberla), hasta que algo se disloca y el, la o los amigos se convierten en una obsesión y en una herida.

Los amigos y las amigas se difunden en otras vidas paralelas. Yo los espero. Invento los escenarios.

Los aviones trascienden cualquier metafísica sobre los aviones. A fin de cuentas es perfectamente normal que uno salga de su casa una tarde del viernes y llegue a otro país con otro horario y otro clima la noche del sábado o la mañana del domingo. Lo excepcional son las averías, que se rompa la secuencia y se introduzcan los sucedáneos.

Mi mejor amiga iba en ese vuelo, hacia Puerto Vallarta. Ella no cultivaba el miedo; incluso, solía exasperarse con el mío. La imagino en su asiento hojeando una revista y construyendo escenarios en la playa. El apacible océano y sus efectos terapéuticos. Las olas en la noche mientras uno se duerme. La sensación de la arena entre los dedos de los pies. El mar donde yo me cohíbo: por la forma de su contenido, supongo. Mi amiga dejó listas de pendientes pegadas con imanes en la puerta del refrigerador. A mi amiga la recuerdo en un futuro de un pasado. La veo como si yo estuviera en la cola del avión. Ha de ser el vórtice de su tiempo. Fue una muerte instantánea. La caja negra reveló unos cuantos segundos de pánico:

Quedarse no asegura nada. Irse al menos deja una estela.

le comentaron a ella

en la república inútil

que los poetas

les tienen amor

a sus versos

y los leen orgullosos

por su forma

y su contenido

los ojos no son suyos

ciérralos de golpe

si no ven lo que ordenas

La mística de la cabeza reconoce los huecos.