Esperaban, pues, en tensión a ver qué iba a hacer. Mientras tanto, a él no se le movió ni un músculo, y cuando llegó su turno pronunció el siguiente discurso:
—¡Oh, mi querido e inolvidable amigo! Nos abandonas en este gélido día. Pero aún más frío te espera al final de tu viaje: el frío de la eternidad.
Dejó la voz en suspenso; realmente era imposible no admirar su talento.
—¿Qué es lo que te puedo ofrecer para este viaje tan largo? Solamente la profunda tristeza de la separación, que la discreción no me permite llamar desesperación, y simbólicamente lo que tengo más próximo a mí, el tocado de mi propia cabeza. Sí, te lo entrego, renuncio a él por ti. Puesto que allá adonde vas tendrás aún más frío del que tenemos nosotros aquí ahora. Que te sirva en el más allá igual que a mí me ha servido en la Tierra.