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Kim Thúy

  • Tegus El toro poético imaginariohas quotedlast year
    Tenía ocho años cuando la casa se sumió en el silencio.
    Bajo el
  • Ann Lophas quoted2 years ago
    Mi nacimiento tenía la misión de reemplazar las vidas perdidas. Mi vida tenía el deber de continuar la de mi madre.
  • Ann Lophas quoted2 years ago
    Me llamo Nguyễn An Tịnh y mi madre, Nguyễn An Tĩnh. Mi nombre es una simple variación del suyo, pues sólo un punto bajo la «i» me diferencia de ella, me separa de ella, me disocia de ella. Yo era una extensión de ella, incluso en el significado de mi nombre. En vietnamita, el suyo quiere decir «entorno apacible», y el mío, «interior apacible». Con esos nombres casi intercambiables, mi madre corroboraba que yo era una prolongación suya, que continuaría su historia.
  • Ann Lophas quoted2 years ago
    Mi nacimiento tenía la misión de reemplazar las vidas perdidas. Mi vida tenía el deber de continuar la de mi madre
  • Ann Lophas quoted2 years ago
    nacimiento tenía la misión de reemplazar las vidas perdidas. Mi vida tenía el deber de continuar la de mi madre.
  • Ann Lophas quoted2 years ago
    Creo que la guerra y la paz son, de hecho, amigas y se burlan de nosotros. Nos tratan como enemigos cuando les place, cuando les conviene, sin preocuparse por la definición o el papel que les damos. Tal vez no debamos confiar en la apariencia de la una o de la otra para elegir la dirección de nuestra mirada
  • Ann Lophas quoted2 years ago
    Tuve la suerte de tener unos padres que pudieron preservar su mirada, fuera cual fuera el color del tiempo, del momento.

    Yo también tuve esa suerte y hace 20 años jamás lo hubiese agradecido y menos saber apreciar

  • Ann Lophas quoted2 years ago
    Mi madre me solía recitar el proverbio que estaba escrito en la pizarra de su octavo curso, en Saigón: Ðò’i là chiê´n trâ.n, nê´u buô`n là thua. La vida es un combate donde la tristeza implica la derrota.
  • Ann Lophas quoted2 years ago
    A veces, es preferible no saberlo todo.
  • Ann Lophas quoted2 years ago
    Tras la muerte de aquella anciana, cada domingo iba yo a la ribera de un estanque de lotos, en las afueras de Hanói, donde siempre había dos o tres mujeres de espalda encorvada, de manos temblorosas, que, sentadas en el fondo de una barca redonda, se desplazaban por el agua con la ayuda de una pértiga para colocar hojas de té dentro de las flores de loto abiertas. Regresaban al día siguiente para recogerlas, una a una, antes de que los pétalos se marchitasen, después de que las hojas aprisionadas hubieran absorbido durante la noche el perfume de los pistilos. Me decían que cada hoja de té conservaba así el alma de aquellas efímeras flores.
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