Miro hacia la cama y allí está. En una cama de matrimonio gigante se pierde el cuerpecito de mi princesa. Mi niña. Ya se me ha olvidado que esa niña demoniaca, que me utiliza como chupete, apenas me ha dejado dormir, que es por su culpa que mis patas de gallo hagan una carrera al tiempo por no descansar lo suficiente. Pero la veo y parece un ángel, dulce y perfecta, con su cabello ensortijado y sus mejillas arreboladas… Cómo la quiero.
El reloj no se detiene, dejo de embelesarme y abro el armario, —¡mierda! —musito para mis adentros, la pelea de siempre: ¿qué me pongo?, y eso que apenas tengo donde elegir. Ni imaginar las horas que pasará la Beckham frente a su vestidor para elegir el modelito. Pobrecita…