La meditación trabaja de forma muy directa con el hecho de comenzar a ser conscientes de lo que estamos haciendo y de que tenemos la oportunidad a cada momento de volver al presente o de aumentar el sufrimiento al permitir que nos dominen los pensamientos. En cualquier momento, ya sea sobre el cojín de meditación o después de haber finalizado la práctica, empezamos a percibir cada vez con más claridad –gracias a la meditación– cómo nos hemos apegado a una línea de pensamiento discursivo, lo cual es desastroso, porque de ese modo reforzamos los patrones habituales de sufrimiento. Con la meditación, comenzamos a ser conscientes de esto cada vez con más claridad, y a darnos cuenta de que podemos hacer algo diferente.