Estaba a punto de decirle a Trey que no estaba interesada, pero en términos mucho más sencillos, cuando dos grandes manos se deslizaron sobre mis hombros. Dos pares de dedos fuertes se extendieron por mi pecho, las puntas peligrosamente cerca de mis pezones, eehh, tetas.
—Lo siento, Trey. Va en contra de la política, a menos que la señorita Iris quiera que la despidan —anunció la fría voz de Dex, mientras su agarre apretaba la parte superior de mis pechos—. Y eso no va a ocurrir.
¿Qué. Demonios?