Según algunos analistas, tampoco sufrían las consecuencias los «soldados del joystick» que apretaban los botones, porque la distancia y la tecnología le quitaban a la guerra su gravedad moral, convirtiendo los asesinatos en una actividad tan anodina como jugar a videojuegos. Recuperando la terminología de Erving Goffman, trabajar como piloto de drones no era un «trabajo con personas» que supusiera un contacto constante con «materiales humanos», como era el caso de guardias de prisiones como Bill Curtis o interrogadores militares como Eric Fair. Era un trabajo de oficina en el que las personas no se involucraban; la tecnología ayudaba a separar al trabajador humano de las consecuencias de sus acciones. En 2010, Philip Alston, el exrelator especial de las Naciones Unidas sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias, advirtió de que, como los pilotos de drones «se encuentran a miles de millas de distancia de la zona de conflicto y llevan a cabo operaciones a través de la pantalla de un ordenador y transmisiones remotas de audio, existe el riesgo de que empiecen a considerar los asesinatos como parte de un juego de Play Station».[86]