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Hernán Casciari

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    Me alegra saber que estos cuentos y soliloquios regresan por fin al papel, al volumen clásico encuadernado y con olor a tinta. De algún modo es un homenaje secreto al horror de la página en blanco, a no saber qué decir ni a quién decírselo: ese monstruo de dos cabezas que nos atacaba a los muchachitos del siglo pasado, entre los veinte y los treinta años, cuando soñábamos con escribir.

    HERNÁN CASCIARI
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    Mi vida se divide en seis etapas: lactancia, infancia, pubertad, adolescencia, adolescencia con barba y adolescencia con canas seguida de muerte.
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    metáforas, metonimias y sinécdoques,
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    Lo mejor que tiene saberse un cobarde de entrada es que ni siquiera hay que levantarse de la cama para fingir valor. Los cobardes que no se hacen cargo la pasan verdaderamente mal, porque dos por tres cae gente y tienen que hacer todo un circo que tarde o temprano desmantela el menor viento. Pero quienes peor la pasan son los que realmente van de frente y ponen todos los puntos sobre las íes, porque les causa tanto pánico un día tener que ser cobardes, que terminan siendo los más cagones de los tres grupos expuestos.
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    Uno, aunque no tengas nada para decir, siempre decílo de otra manera. Dos, si vas a traicionar a alguien, fijáte muy bien de hacerlo por la espalda. Y tres, decir las cosas de frente no es una virtud, sino las huellas digitales que dejan en la escena del crimen los que se dedican a asesinar la imaginación de mentir con altura poética.
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    Decime dónde está la plata! —insistió mi mamá después del primer golpe.

    —¿Sabés guardar un secreto? —pregunté sangrando del labio de abajo.

    —Sí.

    —Yo también —dije, calcando los consejos del «Manual del Mago».
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    De este modo aprendí dos cosas fundamentales para mi edad adulta: que en esta vida hay que saber escucharse a uno mismo, y que practicar ejercicio en casa nunca viene mal
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    No hablo, no veo, no oigo
    La primera vez que tuve esa intuición sentí pánico. Habíamos ido con Roberto, mi padre, a ver un River-Racing decisivo que perdimos dos a uno. Yo tenía trece años. De regreso a Mercedes pensé que, posiblemente, el resultado habría sido otro si esa tarde no hubiésemos ido a la cancha. Supe que, al ir, habíamos modificado sutilmente el destino. Desde ese día ando con mucho más cuidado.

    Aquel primer sentimiento de dualidad fue muy básico, pero ahora me sirve para explicar con sencillez el proceso: al ir aquella vez a Núñez interactuamos (Roberto y yo) con otras muchas personas. Posiblemente, al ocupar un parking de la cancha de River, hayamos provocado que otro coche tuviera que buscar sitio.

    Ese otro coche quizá se haya topado —por nuestra culpa— con el ómnibus que traía al equipo de Racing, impidiéndole el ingreso al estadio. Esos segundos de retraso pudieron haber provocado algún malestar en Rubén Paz que, una hora más tarde y por culpa de aquello, erró un penal que nos hubiera puesto dos a dos. Y habríamos salido campeones.

    Pudo no haber sido así. Pero pudo haber ocurrido de ese modo. La duda (la acechante probabilidad) es la que genera nuestra incertidumbre y la que alimenta la pena con la que tenemos que convivir.

    Esa sensación de haber modificado el destino le ocurre con mucha frecuencia a quienes padecen una desgracia muy grande
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    Me ocurría algo muy extraño durante la Navidad, en Argentina. La medianoche nos encontraba siempre de sobremesa en el jardín de la casa de mi hermana. Al aire libre. Y entonces yo escuchaba, muy lejos, los primeros tiros al aire. Tan pronto sentía un disparo, me preparaba para recibir la bala perdida. Pero con dignidad: sin luchar.

    Cualquier cosa que pase (por ejemplo un balazo al cielo) inaugura la posibilidad de morir. Es decir que si estoy a la intemperie cuando ocurre un disparo festivo, acabo de comprar —sin querer— un número para la lotería de la muerte. Las posibilidades de que la bala caiga en medio de un campo o en mi cabeza son las mismas. En esos casos, la gente superficial lo que hace es guarecerse abajo de un techo. Yo no. Yo me quedo quieto. Siempre pienso que si me muevo, la bala me encontrará en el camino. Lo mejor es no hacer nada. Siempre es mejor la nada. Es preferible que la bala te encuentre y no que la vayas a buscar
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    Los que somos respetuosos de los mundos paralelos tratamos de pasar desapercibidos.

    Yo no sé, con el escándalo que hace esta mujer cada vez que sale de casa, cómo es posible que todavía no haya habido un golpe de estado en Portugal. Yo creo que es cuestión de días.
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