Antonio Diaz Oliva

Tienen sexo, piden comida china, ven una película –y en medio de la película tienen sexo una vez más–; vuelven a la película, él finaliza las sobras de comida china, se visten y entonces abandonan el departamento, como si fuera un hotel, como si no les importara,

una vez que muere y lee el último manuscrito de su esposo, una biografía sobre el primer presidente luego de la Dictadura, se da cuenta de que su marido era otra persona.

Además de esa forma conseguiría lo que nunca consiguió con su esposo: conocer a alguien por dentro. Espiar la intimidad de los otros.

Teoría: el hombre del piso 8, departamento F, vive constantemente en un domingo. ¿Causas? Posible depresión. Inercia frente a la dolorosa muerte de un ser querido. Capitalismo. Calentamiento global. O la terrible sensación al pensar que todo lo que nos rodea desaparecerá.

El tiempo no es más que el río al que voy a pescar. Bebo de este, pero mientras lo hago puedo ver el fondo arenoso y detectar su poca profundidad. Su delgada corriente se desliza lejos, pero la eternidad permanece. Bebería de lo más profundo; pescaría en el cielo, cuyo fondo está inundado con estrellas.

Esta constante abrasión y descomposición hace de mi futura tierra más fértil. Como vivo ahora, así cosecharé. Si cultivo pinos y abedules, mi moho virgen no sostendrá el roble; pero los pinos y los abedules, e incluso las malas hierbas y las zarzas, serán mi segundo crecimiento.

A la deriva en medio de un día bochornoso contemplo las lentas aguas del estanque, y casi dejo de vivir y empiezo a existir. Un barquero que coquetea con el mediodía se tiende en la cubierta de su embarcación; ese sería un emblema de la eternidad tan apto como la serpiente con la cola en su boca. Nunca he sido tan propenso a perder mi identidad. Me disuelvo en la confusión.

Me imagino que soy anfibio y nado en todos los arroyos y charcas del vecindario, con la perca y el besugo, o dormito bajo las almohadillas de nuestro río en medio de los sinuosos pasillos y corredores formados por sus tallos, con el majestuoso pícaro. Soy más sabio con respecto a todos los conocimientos, y mejor calificado para todas las fortunas, por saber que hay un pez pequeño en el arroyo.

Que la marea diaria deje algo en estas páginas, así como deja arena y conchas en la orilla. Tanta fijación por la terra firma. Este puede ser un calendario de los reflujos y flujos del alma; y en estas hojas, como en una playa, las olas dejan a su paso perlas y algas.

¿No están cansados de esos flojos políticos y académicos que ni siquiera revisan el Almanaque del Agricultor? Si lo hicieran podrían leer un relato simple sobre el trabajo del granjero durante un mes, y así restaurarían un tono menos pedante. Quiero ver una oración correr hasta el final, tan profunda y fértil como un surco bien dibujado que demuestre lo bien que se ha arado. Si nuestros eruditos llevaran vidas más serias, no deberíamos aguantar las cojas conclusiones de sus discursos débilmente planteados; en ese caso sus oraciones pasarían como rodillos cargados por la tierra y no como meros palos huecos de madera, para así presionar la semilla y hacerla germinar.