pero la pizarra y el pupitre ganan: me eduqué en Barcelona, en español, y en casa la lengua variaba según los comensales. De diario, en español e inglés, la única lengua común entre nosotros y los primos rumanos que llegaron a vivir con nosotros; y si estaban unos abuelos, catalán, y si los otros, alemán o español o portugués. Pude haberme re-educado para escribir en catalán, pero ya era gorda mi convicción de marginalidad, ¿para qué hincharla más?»