la soga de las campanas ondeaba verdosa y negra como víbora de agua, igual a las que metíamos en los hoyos de los cangrejos, retorcidas de puro tembeleque, nunca supimos qué pasaba ahí dentro, qué lucha, qué agonía lenta, tu cuerpo encima del mío, el sordomudo hilachoso halado por el badajo, Bolillo quieto, tenso, babeante, se dice que el pato silvestre llama a sus compañeros siempre que encuentra comida, su camino se eleva hacia el cielo, como el de los pelícanos y las gaviotas, allí vuela, junto con sus compañeros, en orden estricto, como nosotros cuatro uno tras otro