Los padres de los ochenta pertenecieron a una generación quebrada porque sabían que sus privilegios decrecían, y es posible que ejercieran su tutela de una manera más relajada, pero a su manera fantasmagórica resultaban una presencia infalible y salvadora («Como te metas conmigo, se lo cuento a mi padre», amenazaban los que más collejas se llevaban en el colegio). No pasaban tanto tiempo con nosotros y no porque fueran poco diligentes, sino porque eran varones y en aquella época los hombres no pensaban que cambiar pañales fuera también cosa suya; pero es indispensable destacar que nunca me faltó compañía a la hora de analizar y combatir crisis o miedos. Puede que no me sintiera acompañado en todo momento, sin embargo, jamás me sentí solo.