Lola Ancira

nuestros enfermos son viciosos, desviados, imbéciles,

“¿Te conté sobre lo que estoy leyendo? De un tal Bateman, seguro ha

que me veía con su sonrisa hipócrita porque no quería discutir. Me desgas

Rosa, Josefina era una contradicción: un obstáculo para rehacer su propia vida y su única salvación en ese momento. Sin ella, los Tardan no tendrían motivos para mantenerla. Quien se había encargado de la crianza era el padre, hacia quien la niña desarrolló un vínculo tan fuerte que a Rosa le resultaba imposible ocultar los celos

Aunque Rosa, que nunca fue buena cocinando, le había dicho que a través de la comida se transmitía el amor, para ella éste se encontraba en los aromas.

enseñó algunos de sus secretos: solía blanquearse la piel con polvos de arroz que conservaba en pequeñas latas de metal y bebía el jugo de dos limones con vinagre cada mañana con la misma finalidad. Incluso había llegado a probar algunas sustancias con plomo o arsénico que debían ser ingeridas con suma precaución, mismas que no solía comprar por ser costosas. También le mostró cómo, con un pigmento azulado, se marcaba las venas del rostro, del cuello y del disimulado escote, y con un colorete le daba un poco de vida a sus pómulos. Le enseñó a decorar el centro de sus labios con una barra de carmesí y a limar y dar brillo a sus uñas con aceite de oliva. Antes de terminar, le regaló un pequeño frasco de colonia con base de lavanda: su propio aroma. A

Para Josefina, crecer era sinónimo de sufrimiento físico y de angustia, y sabía que no tardarían en encontrarle pareja

locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios».

Sentía una satisfacción culpable al mirar tanto a los sifilíticos como a los perros defecando; quería sentirse enfermo, contagiado, ser parte de lo que habitaba.

La locura es relativa. Depende de quién tiene a quién encerrado en qué jaula».