Sus fundamentos son que el alma es inmortal, creada por la bondad de Dios para la bienaventuranza; que existen premios para la virtud y buenas obras de los hombres, así como castigos para las maldades. Aunque esto es lo que enseña su Religión, estiman que para creerlo, o no, hay que concordarlo con la recta razón. Si no se tienen estos principios, afirman, que no habrá nadie tan necio que no busque su placer, aunque sea por medios injustos, advirtiendo solamente que un placer menor no sea impedimento para un placer mayor, o que lo ejecute y goce con él de manera que después no tenga que arrepentirse. El seguir las dificultades y asperezas de la juventud huyendo de lo suave de la vida, abrazando voluntariamente las molestias y pesares que lleva consigo la justicia, afirman que es una locura si no se cree en el más allá. Porque, ¿qué sentido puede tener todo esto si una vez terminada la vida no hay ninguna recompensa? Estiman que la felicidad no está en cualquier deleite, sino en los justos y honestos. Aseguran que nuestra naturaleza se deja llevar a este mismo deleite como sumo bien, por medio de la virtud. La virtud la definen diciendo que consiste en vivir según la Ley Natural, y que para esto fuimos creados por Dios; y que este camino lo sigue aquel que para tomar o dejar las cosas se ajusta a la recta razón. Sienten finalmente que la razón inflama a los hombres en el amor y veneración a la Divina Majestad, a la que se debe el ser que tenemos, y el que seamos capaces de la propia felicidad, y que nos alienta para que pasemos la vida alegre y sin trabajos. A este intento hemos de mostrarnos agradecidos a la naturaleza ayudando a los demás para que gocen de lo mismo. Porque no puede haber nadie tan severo defensor de la virtud y enemigo del deleite que enseñe a sufrir los trabajos, desvelos y pobreza de tal manera que llegue a aconsejar que no conviene que se remedien las necesidades y miserias.