Estas cuestiones nacionales eran un regalo de despedida de Napoleón. Se había proclamado a sí mismo rey de Italia. Había disuelto el Sacro Imperio Romano y docenas de insignificantes Estados alemanes, preparando así el camino para la unificación de Alemania. Había creado el reino de Iliria, nombre dado a las tierras de los eslavos del sur, pueblos que más tarde serían conocidos como serbios, croatas o eslovenos. Con el nombre de Ducado de Varsovia, había restaurado en parte a Polonia, borrada del mapa por la partición imperial de finales del siglo XVIII. Tras destruir esas entidades napoleónicas, los Habsburgo y sus aliados trataron el nacionalismo como una idea revolucionaria que había que sofocar en toda Europa. Metternich, ahora canciller, ordenó a la policía detener a los conspiradores, y a sus censores, suprimir pasajes sospechosos de periódicos y libros. La monarquía Habsburgo del joven Francisco José era un Estado policial.4