Revisaba todos los estantes aún los de los chicos más pequeños. Me entretuve buscando a Wally, o algo parecido, a pesar de que nunca me gustaron esos libros. Y de repente me encontré con una pila de María Elena Walsh.
Los abrí, los hojeé. En uno de ellos, no recuerdo en cuál, me encontré leyendo o cantando o no sé: «Mírenme soy feliz/ entre las hojas que caen/ cuando atraviesa el jardín/el viento en monopatín». La canción del jardinero. La canción con la que me acunaba Ezequiel.
Sentía su voz en mi cabeza. «Yo no soy un bailarín/ pero me gusta quedarme/ quieto en la tierra y sentir/ que mis pies tienen raíz». Ezequiel.
Y otra vez la sombra del ave de rapiña, cada vez más cerca.
Creo que me mareé, o no sé bien que pasó. Lo que recuerdo es la pila de los libros en el piso. Toda la obra de María Elena Walsh tirada. La cara de espanto de la embarazada y yo corriendo como alma que lleva el diablo. Supongo que todos pensaron que me había robado algo.
Sé que no paré de correr hasta el río. Lloraba. No me podía sacar de la cabeza la cara de la gorda, el ave de rapiña, los libros en el piso.
Y la voz de Ezequiel cantando: «Aprendí que una nuez/ es arrugada y viejita/ pero que puede ofrecer/ mucha mucha mucha miel».