El hombre loco, sigue diciendo, los miró fijamente a los ojos y se encaró con ellos: «¿Queréis saber dónde está Dios? Yo os lo voy a decir: Dios ha muerto, Dios permanece muerto y todos nosotros somos sus asesinos. Nosotros lo hemos matado. Vosotros y yo, todos somos sus asesinos…». Entonces, de repente, un escalofrío recorre la plaza pública. Lejos de levantar gritos de júbilo una pregunta inquietante hace su aparición: ¿seremos capaces ahora de vivir sin Dios? ¿Qué fiestas expiatorias tendremos que inventar?