Por culpa de la «enfermedad holandesa», que infla la divisa, los ingresos procedentes de los recursos naturales tienden a desindustrializar la economía y a reducir las exportaciones agrícolas, privando al pueblo de una base económica con la que contrarrestar los excesos del Estado. Así pues, el comercio exterior tiende a debilitar al pueblo. Y la extracción de recursos vuelve a ser contraproducente.