Se vio a sí mismo en un niño cenizo que empujaba notas escuálidas a través de una trompeta, aunque reparó en que este la pasaba peor de lo que él debió soportar, porque cuidaba a otro más pequeño, acurrucado a su espalda. El Artista nunca había tenido que cuidar de nadie.
Es como si no hubiera derecho a la belleza, pensó, y pensó que a esa ciudad había que prenderle fuego desde los sótanos, porque por donde quiera que la vida se abría paso era ultrajada de inmediato