Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río.
Contemplemos con sosiego su curso y aprendamos
que la vida pasa, y no tenemos las manos enlazadas.
(Enlacemos las manos.)
Después, pensemos, niños adultos, que la vida
pasa y no permanece, nada deja y nunca regresa,
va hacia un mar muy lejano, junto al Hado,
más lejos que los dioses.
Desenlacemos las manos; no vale la pena cansarse.
Gocemos o no, pasamos como el río.
Mejor será saber pasar en silencio
y sin gran desasosiego.
Sin amores ni odios ni pasiones que levanten la voz
ni envidias que hacen moverse de más los ojos
ni cuidados; pues aunque los tuviera el río correría siempre,
y siempre iría a dar al mar.
Amémonos tranquilamente, pensando que podríamos,
si quisiéramos, intercambiar besos y abrazos y caricias,
pero que es mejor estar sentados uno junto al otro
oyendo y mirando el discurrir del río