Trata de «pillarte» a ti mismo cuando vas buscando fallos en los demás (no hace las cosas como a mí me gusta, solo le gusta salir y pasarlo bien, es tan perezoso, siempre tengo que buscar yo los planes y me canso…). En esos momentos localiza los fallos en ti. Analiza tus juicios. Siempre quieres tener razón. ¿Eres feliz en ese momento o te sientes insatisfecho? Cuidado con tu ego, te lleva a racionalizar argumentos y justificaciones para confirmarte que tu verdad es la única. Cede, retrocede y sé humilde. Encuentra las bondades en el otro.
No eres tan necesario ni tan imprescindible como crees. Cuanto más pretendas tenerlo todo bajo control, más rígido e inflexible te volverás. Tu lugar no es ese. Suelta la tensión. Los demás te quieren por la luz interior que irradias que se muestra en tu sonrisa, en la tranquilidad de posponer sabiendo que nunca pasa nada, en dejar que la vida te siga sorprendiendo sin que tú la presiones.
El mejor consejo que te puedo dar es que renuncies a tu ego y a tu posición de dominio. Ríndete, abandónate, entrégate a lo bueno, a lo verdadero. Pon pasión sin control, fluye en el océano de la vida. Ahí es donde se encuentran tus recompensas. Ya no necesitarás reconocimiento ajeno, porque en tu ser habrás visto tu verdad.
No busques el liderazgo, tu perfeccionismo y sentido del deber te crearán tensiones e impedirán tu conexión.
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