Sin embargo, le parecía que aquí había algo que no iba bien; desde luego que todo esto podía tomarse como una broma, como una burda broma que le habían gastado los colegas del banco por motivos desconocidos —quizá porque hoy era su trigésimo cumpleaños—, naturalmente que era posible, quizá solo tuviera que sonreír de alguna manera a los guardianes a la cara y entonces ellos se reirían con él, quizás estos eran los mozos de servicio de la esquina de la calle, su aspecto no era distinto al de ellos; pese a todo, esta vez había decidido formalmente, ya desde la primera vez que vio al guardián Franz, no dejarse quitar de la mano ni la más mínima ventaja que quizá todavía pudiera tener sobre esa gente.