Quería que Toñito comprendiera que la religión no estaba encerrada en una iglesia construida por los españoles. La religión siempre había guiado a México: el Sol, la Luna, el viento y el cielo eran movidos, todos ellos, por los dioses. La lluvia y las cosechas dependían de ellos, inclusive la vida misma. Para los españoles, Tláloc era sólo un trozo de piedra labrada. Para los aztecas era un símbolo de superviviencia al que tenían que apaciguar.