Anna Zaires

—¿Estás bien, cielo? —pregunta y me mira. Su preciosa cara refleja una preocupación real.

A su mirada se asoma una oscura promesa; algo que me hace estremecer.

No pide permiso ni se detiene a ver si lo dejo tocarme.

Me toca sin más. Como si tuviera derecho a hacerlo. Como si yo le perteneciera.

Le estrecho la mano al director y me giro para volver a mi sitio.

Y entonces lo veo.

Se me hiela la sangre.

Me gusta que no sea el típico deportista, sino que también sea amable y considerado.

Ni siquiera sé qué ocurre ni cómo ocurre. Un instante antes estaba besando a Jake y al siguiente está tirado en el suelo, inconsciente. Una figura amenazante se cierne sobre él.

Abro la boca para gritar, pero no puedo más que soltar un ruidito antes de que una enorme mano me cubra la boca y la nariz.

Siento un agudo pinchazo en un lado del cuello y de repente todo oscurece a mi alrededor.

—Sí, mi gatita, de ti. Si te portas bien, él estará bien. Si no…

Casi no puedo respirar.

—¿Si no…?

Julian sonríe.

—Estará muerto dentro de una semana.

espera y casi lo oigo contar mentalmente. Yo también estoy contando y cuando llego a cuatro me levanto con las lágrimas todavía recorriéndome la cara.

Me avergüenzo de mi propia cobardía, pero me da mucho miedo el dolor. No quiero que me haga daño.

—Gracias —dice Emma, y quitándose el sombrero, se recoge el pelo en un moño grueso y desordenado en lo alto de la cabeza.

—La vida no es más que una mierda de ruleta —dice con suavidad—, que no deja de dar vueltas y en la que salen sin parar los números equivocados. Te puedes lamentar todo lo que quieras, pero la realidad es que salgan tus números es tan probable como llevar un décimo de lotería premiado.