Había sido un día cálido en el que ya se insinuaba el verano, y durante el cual habían caído un par de chaparrones. El tiempo propio de abril en mayo. Un ligero viento se levantó en ese momento, empezó a jugar con las pequeñas hojas de las hayas y los tilos, acarició los troncos de un gris plateado que brillaban en el crepúsculo, y Rita se estremeció. Se agarró a la barandilla y bajó la vista hacia el agua que corría por el Landwehrkanal. La atracción del abismo.
En los primeros años de su matrimonio, ella y Konrad solían ir a bañarse, preferentemente en el Wannsee, donde la playa de arena se adentraba con suavidad en las pequeñas olas y el agua les bañaba los pies mientras la cabeza de Konrad subía y bajaba como una boya en el lago. Como ella no sabía nadar, se quedaba allí a contemplar el margen verde de la orilla, a los niños que jugaban. Sonrió a