mientras el autocontrol de natalidad del feminismo blanco se basaba en el deseo por la maternidad, el feminismo racializado abortaba históricamente para evitar que sus hijos nacieran en los escenarios sociales a los que se los empujaba, tales como la esclavitud o la segregación racial, o por sus condiciones económicas, por no contar con los recursos para tener “otra boca más que alimentar, cuidar y educar”.