Empecé a escribir tratando simplemente de rescatar la forma de un discurso existente y esperar que, mientras tanto, se fueran desvelando sus contenidos; pero ahora parecería que, ¡otra vez!, por el solo hecho de ponerme a escribir haya tenido acceso involuntario a un mecanismo secreto, a un funcionamiento secreto de las cosas, y que yo he interferido con mis torpes dedos que golpean las teclas de la máquina. Ya me siento apresado en ese mecanismo que desconozco: ya me invade el terror mágico de que esta acción en apariencia de carácter privado, personal e inocente, me haya hecho entrar en contacto con un mundo poderoso y peligroso, que no puedo dominar y que apenas, y con muchas dudas, puedo llegar a intuir.5