Sin embargo, la experiencia de la era Weimar, lejos de tranquilizar al capital monopolista, aumentó sus miedos. En un contexto de crisis y con una sociedad deteriorada, la transfusión de cantidades públicas hacia las grandes empresas podía causar una reacción hostil en un país que, al fin y al cabo, seguía siendo una democracia parlamentaria. Ya en noviembre de 1923, la presión pública había obligado al gabinete Stresemann a promulgar un decreto que autorizaba al gobierno a disolver los cárteles y a combatir las posiciones monopolistas, y no era descartable que volviera a ocurrir algo similar. La democracia podía ser un obstáculo importante para la consolidación, de modo que todo lo que vino después, y que Neumann describe con gran detalle, fue una continuación previsible: el capital monopolista tomó el control del Estado apoyado en una fuerza autoritaria que garantizaba la paz social y que era capaz de atraer a las masas a su posición ideológica.