Los demás son extraños, desconocidos. Nunca se convierten en amigos. E incluso si lo hicieran, si por algún milagro encontrara el modo de conectar con alguien que no fuera de mi familia, ¿cómo podría compararse con aquellos que hablan mi idioma y saben quién soy sin tener que decírselo? Incluso aunque pudiera mirarlos a los ojos, hablarles sin que se me enredaran las palabras en la garganta, incapaces de salir al exterior, incluso si sus miradas no grabaran marcas a fuego en mi piel y no me hicieran desear salir corriendo a miles de kilómetros, ¿cómo podría preocuparme por ellos del modo en que lo hago por mis hermanos y hermanas?