Especial mención merece el monacato hispanovisigodo. Aunque su génesis es oscuro por la escasez de fuentes documentales, podemos afirmar que, con respecto a otros movimientos monásticos en occidente, el monacato hispánico mostraba unas peculiaridades distintivas hasta la instauración definitiva del benedictinismo bajo el monarca Fernando I. Una de las figuras que nos llaman más la atención junto a los ascetas son las vírgenes. Sabemos que estas empezaron sus prácticas religiosas al tiempo que el cristianismo comenzaba a difundirse alrededor del siglo III; cien años después la actividad ascética debió ser un hecho. El Concilio de Elvira es clarificador al respecto. Su importancia radica en la institucionalización de la virginidad y el ascetismo. Probablemente estos cánones potenciaron el ascetismo, pues inciden en la abstinencia sexual como uno de los principales objetivos que fundamentarán la vida monástica. Por ejemplo, en el Canon 13 se hace mención expresa a las vírgenes y su consagración a Dios: «si quebrantaren el voto de virginidad y continuaren viviendo en la misma liviandad, sin reparar en el delito que cometen, no recibirán la comunión ni aun al fin de su vida. Pero si tales mujeres [...] hicieran después penitencia todo el tiempo de su vida, y se abstuviesen del acto carnal, recibirán la comunión al final de su vida...». El Canon 33 se refiere a la figura del matrimonio: «Decidimos prohibir totalmente a los obispos, presbíteros, diáconos y a todos los clérigos que ejercen el ministerio sagrado, el uso del matrimonio con esposas y la procreación de hijos. Aquel que lo hiciere será excluido del honor del clericato»1.