Ese era el verdadero problema: el sistema impositivo romano del siglo IV estaba diseñado para sostener al Imperio en situaciones de normalidad política y económica y, a partir del 350, esas situaciones, a causa de las guerras civiles y del fracaso militar frente a los bárbaros y persas, se fueron volviendo cada vez menos frecuentes y obligaron al Estado a llevar a cabo exacciones extraordinarias, apresuradas y desmesuradas.