Toda la historia es hasta hoy, en el fondo, un cementerio de sueños humanos. A corto plazo a menudo los sueños se cumplen; pero a largo plazo acaban casi siempre en un vaciamiento y destrucción de su ser y su sentido precisamente porque las metas y las esperanzas están intensamente penetradas por fantasías, de tal modo que el curso efectivo del acontecer social les depara severos golpes, una confrontación con la realidad tras otra y acaba desenmascarándolas como irreales, oníricas. La esterilidad característica de muchos análisis de ideologías se deriva, no en último término, de la tendencia a tratar a estas como construcciones intelectuales en el fondo «racionales», concordantes con los auténticos grupos de interés, y a descuidar su carga de afectos y fantasía, su irrealidad egocéntrica o etnocéntrica como expresión de un ocultamiento calculado de un núcleo altamente «racional».