Así, hay en nuestros días gobiernos que muy frecuentemente —y quizá de buena fe— pretenden que pueden dominar «racional» o «pertinentemente» los agudos problemas sociales de sus países cuando, en realidad, no hacen sino cubrir las brechas del conocimiento concreto, aún relativamente rudimentario, acerca de la dinámica de los entramados sociales con doctrinas dogmáticas basadas en la fe, rutinas heredadas o expedientes condicionados por los intereses de partido a corto plazo, adoptando las decisiones, en la mayoría de los casos, a la buena de Dios. Por consiguiente, siguen siendo en gran medida juguetes de cadenas de acontecimientos que entienden tan poco como los gobernados que se someten a sus dirigentes confiando que estos podrán poner bajo control los peligros y las tribulaciones que les acechan, que por lo menos saben a dónde van.