Al cabo de unos instantes, el dolor se fundió en otro dolor extraño, en un entumecimiento ingrávido que se propagó a través de mí como una estación nueva, aún más cálida. La sensación no la causó la ternura, como en el caso de las caricias, sino el cuerpo mismo, al que no le cupo otra alternativa que acomodar el dolor hasta amortiguarlo y convertirlo en un placer radiante, imposible.