Con aquella barbilla doble, grisácea, que no se había afeitado en una temporada y recordaba a un lampazo, aquellos ojos saltones, aquellos jadeos, y en general con aquella figura desgarbada, desaliñada, con aquella voz, aquella risa y aquella forma de hablar, costaba reconocer al apuesto e interesante pico de oro por cuya culpa en otros tiempos los maridos del distrito habían tenido celos de sus mujeres.