Vaslav Nijinsky apenas conoció a la condesa húngara y aprendiz de bailarina en una ocasión en el barco. No hablaban el mismo idioma. Sin embargo, una noche, cuando la cubierta estaba vacía, se acercó a ella y le dijo: Mademoiselle, voulez-vou, vous et moi?, y señaló el dedo anular de su mano izquierda simulando ponerle un anillo. Después se sentaron en dos hamacas y el silencio y el cielo estrellado, la mar inacabable, los envolvieron como si estuvieran enamorados. Cuando llegaron a Buenos Aires se casaron.