Entonces Vaslav sonrió, su sonrisa irresistible, encantadora, dice Rómola, escribe Rómola, su encantadora sonrisa irresistible. Sí, agradecido por su herencia, aquel cuerpo que era el cuerpo de un toro, y soy un dios alojado en el cuerpo de un toro, papá.
–Tienes que bailar para mí, Vatsa, hijo.
–Y tú para mí.
Y eso hicieron, bailaron el uno para el otro.
Vaslav admiró los pasos imposibles de su padre, sus saltos prodigiosos que él había heredado.
–Eres un gran bailarín.
Foma se echó a reír. Se atusó el bigote. Aún tenía reminiscencias en la pierna que se había roto y que le había alejado de los escenarios durante meses.