Inma M. Guillamón

Puedes ser lo que tú quieras, pero si vas en contra de quien eres por dentro, la cosa no funciona.

Atención, pregunta —dijo el chico del pelo tieso—. Una banda de niños de seis años va por la calle y te ataca. ¿Contra cuántos podrías defenderte?

Yo tomo mis propias decisiones y vivo con las consecuencias. Soy libre para cometer mis propios errores

Nos dimos un abrazo y mi padre lloró un poco. Yo no tengo el típico padre machorro que se va de caza, de pesca y colecciona armas. Él es sensible y cariñoso. Muchas veces me pone de los nervios, pero si algo admiro de él es que no tiene miedo de mostrar su «lado femenino».

Quizás si hubiera descubierto todas esas cosas por mí mismo, me habría gustado aprender sobre ellas. En vez de eso, tenía una pila de libros que leer y me sentía como si mi madre me hubiera puesto deberes gays.

En su rostro se dibujó una de sus sonrisas, increíble y perfecta, y noté que me deshacía por dentro. No era que estuviera enamorado de él; lo que me enamoraba era que me incluyera. Que me eligieran.

Lo importante es estirarte en el suelo al lado de un chico, miraros a los ojos y tener conversaciones profundas sobre filosofía.

—Es bonito soñar con cosas así, ¿no crees? —dijo Ben—. Me hace sentir mucha calma.

—Lo que has dicho es precioso —dije. Eres precioso, pensé, pero no lo dije.

Entre esas palabras, mudo, estaba el hecho de que seguramente habría perdido esa pelea. Porque no soy ningún luchador. ¿Y quién sabe qué pasa cuando estás en el suelo después de perder una pelea? Si mi padre no hubiera salido, ¿me habría matado aquel chico?