Antonia Santaolaya

Quisiera no entender, pero no puedo:

es la vulgaridad que me envenena.

Me empobrecí porque entender abruma,

me empobrecí porque entender sofoca,

PESO ANCESTRAL

Tú me dijiste: No lloró mi padre;

tú me dijiste: No lloró mi abuelo;

no han llorado los hombres de mi raza,

eran de acero.

Así diciendo te brotó una lágrima

y me cayó en la boca... más veneno

yo no he bebido nunca en otro vaso

así pequeño.

Débil mujer, pobre mujer que entiende,

dolor de siglos conocí al beberlo;

¡oh, el alma mía soportar no puede

todo su peso!

( Irremediablemente, 1919

mis dedos quisieran

cortar estrellas.

Por sobre todas las cosas amo tu alma.

se rebela contra esa forma de mutilación psicológica llamada virginidad

«Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como siempre en tus cuentos, no está mal; / un rayo a tiempo y se acabó la feria... / Allá dirán...».

le importa acercarse a la muerte una y otra vez, como rodeándola para conocerla mejor, hasta escribir el desolador «Epitafio para mi tumba», que comienza: «Aquí descanso yo: dice “Alfonsina” / el epitafio claro, al que se inclina».

Escrútame los ojos, sorpréndeme la boca,

sujeta entre tus manos esta cabeza loca;

dame a beber veneno, el malvado veneno

que moja los labios a pesar de ser bueno.

quería morir sin enterarse de que moría, no permitió que la muerte se la llevara, sino que la agarró y la hizo suya en un acto de última voluntad.

s que abrí la ventana hace un momento
y en las alas finísimas del viento
me ha traído su sol la primavera!