Sentía ansiedad y miedo. El miedo era negro y estático, muy pesado, aunque poroso; la ansiedad, en cambio, giraba cada vez más rápido sobre sí misma y también orbitaba al miedo, mareándolo y volviéndolo inestable. Ese miedo en cualquier momento podía explotar y convertirse en otra cosa: ira, remordimiento o todavía más miedo: un terror visceral. Pero hasta ahora, dominaba la ansiedad con sus curvas cerradas y sus desniveles imprevistos y ese regusto estridente.