tampoco te cuento esta historia para mostrarte lo que he aprendido, porque no he aprendido nada. No he extraído ninguna máxima que pueda serme útil en otro momento, no he reforzado mis defensas, no me he vuelto mejor. Tampoco estoy segura de que me haya servido de lección como para evitar que me vuelva a suceder. Al contrario. Ahora sé que nada te mantiene de verdad a salvo de la estupidez, menos aún lo que crees ser, las herramientas que llevas contigo. La inteligencia, la experiencia, los libros. Nada. Y saberlo no me hace más fuerte sino, al contrario, más frágil y más triste. Como los ancianos que caminan cautelosos porque saben que sus huesos pueden desmigarse con solo un paso en falso