Desgraciadamente, la casa está encantada, si puedo usar esa expresión, tanto de noche como de día; aunque por la noche los trastornos adquieren un carácter más desagradable y, en ocasiones, alarmante. La infeliz anciana que falleció allí hace tres semanas era una indigente a la que yo mismo saqué de un asilo de pobres; en su niñez había tenido trato con algunos miembros de mi familia, y una vez se vio en circunstancias tan favorables que había alquilado esa misma casa a mi tío. Era una mujer de educación distinguida y mente poderosa, y fue la única persona a la que logré persuadir de que permaneciera allí. En realidad, desde su muerte, que fue repentina, y las pesquisas del juez de instrucción, que dieron mala fama a la casa en todo el barrio, he desesperado de encontrar a una persona que se encargue de ella, mucho más a un inquilino, y de buen grado la alquilaría gratis por un año a cualquiera que pague las tasas e impuestos