Sí, sí, ahí estaba la verdad: aquellas mujeres existían más que los demás, eran el símbolo de la cosa en la propia cosa. Y la mujer descubrió que era un misterio en sí misma. Había en todas ellas una cualidad de materia prima, alguna cosa que podía acabar definiéndose pero que jamás acababa haciéndolo porque su misma esencia era la del «cambio»