¿Cuál es nuestra relación con la historia? ¿Le pertenecemos, o nos pertenece? ¿Nos hallamos en su interior? ¿Corre por nuestras venas y fluye como agua, o como sangre?
Creo que, al menos en Estados Unidos, las respuestas a esas preguntas dependen de quién eres —o, mejor dicho, de quién te han enseñado a creer que eres—. Si la historia de la que desciendes ha sido trazada, adaptada, mitologizada, representada y transmitida como si fuese la historia central que define un continente, quizás haya que perdonarte (hasta cierto punto) por haber sucumbido a una distorsión colectiva.