Así fue como se mantuvo encendida y perseverante la «lámpara de la madre», mientras los filósofos pergeñaban un nuevo cielo y una nueva tierra a la luz de la luna. Durante toda la neblina metafísica y la pirotecnia filantrópica de ese periodo, la Hermana Hope se entretuvo con su particular jueguecito «de iluminación», del que nadie, dicho sea de paso, salió perjudicado salvo las polillas.