Federico G. Villanueva

Está bien no estar bien

Cuando la fe se interpreta como una fórmula en contra del sufrimiento, ocasiona más sufrimiento

En el Salmo 77.1–9 leemos este grito:
A Dios elevo mi voz suplicante;
a Dios elevo mi voz para que me escuche.
Cuando estoy angustiado, recurro al Señor;

lograba entender los caminos de Dios. Quería protestar, no alabar.

Mi fe en Dios, mi amor por él, mi confianza en su gracia y su provisión son realidades de toda la vida y no se las puede borrar de la existencia ante la calamidad. Aun así, no me impedían clamar a Dios en lamentación y protesta.

Parece, de hecho, que son precisamente aquellos que tienen una relación más estrecha con Dios quienes se sienten con la mayor libertad para derramar su dolor y protesta ante Dios sin temor al reproche

Necesitamos ambas formas de adoración en abundancia mientras vivimos en este mundo maravilloso y terrible.

Ir a adorar se puede convertir en un ejercicio de fingimiento y disimulo,

El lamento es la voz de la fe que lucha por vivir con preguntas no respondidas y sufrimientos sin explicación.

Dios no es un concepto abstracto, sino que se expresa concretamente a través de personas, situaciones, organizaciones y recursos que pone Dios en nuestro camino para completar la tarea que nos ha encomendado.