A principios del siglo XX, un experto biólogo vienés de nombre gálico, Raoul Francé, lanzó la idea, extraña y hasta escandalosa para los filósofos naturales de aquel tiempo, de que las plantas mueven su cuerpo con la misma libertad, facilidad y gracia que el más hábil animal o ser humano, y la única razón de que no caigamos en la cuenta de esto es que lo hacen a ritmo mucho más lento que los hombres