No recuerdo si fue Baudelaire quien comparó los museos con los burdeles; en cualquier caso, lo cierto es que siempre hay más cuadros que quieren más de ti de lo que tú quieres de ellos. Esto es lo que hace opresivo el ambiente de los museos: tantos metros cuadrados, pintados con un propósito determinado, que buscan captar tu atención y que, sin embargo, no te dicen nada, que solo cuelgan de las paredes para ilustrar un periodo de la historia, para representar nombres, perpetuar reputaciones. Sin embargo, hoy, mientras me alejo decepcionado del Veronés, al que no tengo acceso, tengo un golpe de suerte.
Algo en un cuadro que ya he pasado me obliga a volver a él, mi cerebro ha quedado enganchado en algún lado. Del pintor, Bonifacio de’ Pitati, no había oído hablar nunca. La tela lleva por título Apparizione dell’Eterno y hace honor a su nombre. Sobre el campanile —que de hecho se derrumbó en 1902, lo que el pintor, muerto siglos atrás, no po